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Vuelve pronto
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¿Alguna vez soñó estar cayéndose? ¿O haberse caído en un sueño? Bueno…, MÍ historia comienza así (como un sueño que –juro– es realidad): uno de esos sueños en donde uno no es uno; ni su cuerpo es su cuerpo. Esos en los que, cuando uno se despierta, sabe que era un sueño y reconoce quién era en él, porque lo recuerda, lo vivió. Esos donde los tiempos, las circunstancias y los escenarios son distintos a los que uno conoce en la actualidad. Así comenzó MÍ historia, así fue la primera vez…

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En busca de mi verdadero YO.

 

 

 

Dedicado a todos los personajes que hicieron posible este libro, quienes dieron sus vidas y entregaron sus cuerpos para esta historia.

Nota: la siguiente historia esta basada en hechos reales. Si bien no quedaron registros historicos que la acrediten, hay quien jura que todo fue real.

El rebelde.


 

¿Alguna vez soñó estar cayéndose? ¿O haberse caído en un sueño? Bueno…, MÍ historia comienza así (como un sueño que –juro– es realidad): uno de esos sueños en donde uno no es uno; ni su cuerpo es su cuerpo. Esos en los que, cuando uno se despierta, sabe que era un sueño y reconoce quién era en él, porque lo recuerda, lo vivió. Esos donde los tiempos, las circunstancias y los escenarios son distintos a los que uno conoce en la actualidad. Así comenzó MÍ historia, así fue la primera vez…

Soñaba estar cayendo o flotando; era difícil saberlo, porque era todo vacío. A través de lo que parecía un túnel, en cuyo fondo brillaba una luz intensamente blanca, esta luz crecía y crecía, se hacía inmensa, absoluta. El resplandor y la claridad me enceguecieron.

De pronto, ¡¡riiing!!, sonó el despertador. Abruptamente, abrí los ojos y, con la velocidad del reflejo, estiré la mano para apagarlo en la oscuridad.

«Fue solo un sueño», me dije a MÍ mismo. Me revolví entre las sábanas deseando dormir un rato más, pero sabía que tenía que levantarme para ocuparme de las tareas pendientes del día anterior. Deseé tener mucho dinero, para así poder dormir todo el tiempo que quisiera, pero había que empezar el día, así que inspiré aire profundamente y, decidido, me senté en la cama.

¡Qué sueño loco tuve! Estaba en otro tiempo, en otro cuerpo, en otra vida y era YO, pero bueno, así son los sueños, ¿o no? De pronto, sentí una punzada aguda en mi cabeza y me llovieron imágenes del sueño loco y de la vida que había vivido sin ser YO. Fue intenso y duró solo un instante, pero tanta información, de manera repentina, me confundió. Al querer encender la luz, no encontré el velador en la mesita, donde siempre estaba, y sin saber bien por qué, estiré la mano hasta alcanzar el interruptor que estaba en la pared. Se iluminó la habitación y, estupefacto, comencé a notar que no era MÍ habitación. Observé esas manos y no eran MIS manos, ese cuerpo no era MÍ cuerpo…

Salté de la cama y, agitado, apoyé la espalda y las manos contra la pared y me di cuenta de que no era YO. Es decir: era YO pero no era MÍ cuerpo ni MÍ habitación. Corrí hacia el baño y me miré en el espejo: ese ¡¡¡no era YO!!! ¡Pero si soy YO! Trabé la puerta y me senté en el inodoro para pensar: «Tranquilízate», me repetía, «tranquilízate», pero no lograba hacerlo. Con la mirada, recorrí rápidamente cada rincón del baño. Observé las paredes, el techo y el piso y, aunque ese no era MÍ baño, YO lo conocía. ¿Cómo era posible que me estuviera pasando esto? Todo era como en los recuerdos del sueño que una vez tuve, donde tenía este cuerpo y este baño.

Pero eso fue solo un sueño… ¡Y, definitivamente, este no era YO! MÍ baño y MÍ cuerpo eran distintos, eso YO lo sabía muy bien. Me cubrí la boca con ambas manos y apreté fuertemente los ojos. ¿Qué estaba sucediendo? Tenía los recuerdos de MÍ vida y de la vida que estaba viviendo, ¿o acaso seguía soñando todavía? Era como si hubiese despertado en MÍ sueño. ¿Quién era en realidad? «Ya sé», me dije, «voy a recorrer la casa para descubrir qué es lo real y qué no».

Abrí lentamente la puerta del baño y salí con más ansiedad que miedo, recorrí el comedor, entré en la cocina y revisé la heladera y el horno. Volví a la habitación, revolví el placard y miré debajo de la cama. Recordaba todo, todo estaba en su lugar. Pero esa no era MÍ casa ni ese era MÍ cuerpo.

Estaba atrapado en otro cuerpo, en otra vida. ¿Era esto posible? Me reí de los nervios y la voz también resultó distinta, lo que hizo que me riera con más fuerza; así, me encontré riendo como un loco en la soledad de la habitación. ¿Era esta la respuesta? ¿Me había vuelto loco? Despertarme y saber que todo esto, en realidad, no era un sueño, sino MÍ vida misma…

Sonó el teléfono y corrí para atenderlo. La voz del otro lado era gruesa y demostraba bastante enojo cuando dijo: «¿Piensas venir al trabajo hoy? ¿O te dormiste otra vez? Espero que tengas una muy buena excusa porque, de otra manera, ni siquiera te molestes en aparecer» y cortó. Lentamente, bajé el brazo que sostenía el tubo y me dije: «¿Por qué me está pasando esto? Si YO siempre fui puntual». Miré el reloj que colgaba de la pared; ya llevaba casi una hora de retraso y para llegar al trabajo tardaría más de media hora.

Pensé en cómo contarle al jefe lo que estaba sucediendo. ¿Pero cómo podría explicarle algo que ni YO mismo lograba comprender? Me senté en el borde de la cama y comencé a vestirme lentamente, tratando de tranquilizarme. «¡¡¡Ya sé!!!», exclamé, «este era un sueño y debería despertarme para seguir MÍ vida, MÍ verdadera vida».

Me incorporé de un salto y fui hacia el baño, dejando tras mis pasos las prendas tiradas en el suelo. Me ubiqué bajo la ducha y abrí la llave de agua fría. ¡Ahhh!, el contacto del chorro frío hizo estremecer al cuerpo. El agua salía helada en esta época del año, pero debía despabilarme de alguna manera.

Estuve todo el tiempo que toleré bajo el agua, intentando despertarme del sueño que ya era MÍ realidad, sin lograr nada más que temblar intensamente. Cuando se agotaron las fuerzas, cerré la llave de la ducha, me sequé el cuerpo con manos temblorosas y fui de nuevo a la habitación para meterme bajo las sábanas y frazadas.

Poco a poco, el cuerpo comenzó a calentarse, mientras mi mente buscaba con desesperación la manera de explicarlo todo.

Otra vez, sonó el teléfono y maldije porque sabía que era alguien del trabajo, atendí y esta vez el que me habló era un compañero, casi susurrando, como quien cuenta un secreto:

–Hola, no sé qué te pasó ahora, pero se nota que el jefe está muy disgustado, ¿vas a venir o no?

No sabía qué contestar.

–¿Escuchaste lo que te dije? ¿Tomaste tus medicamentos? Te aconsejo que te apures y vengas ya, antes de que sea demasiado tarde.

–Sí, lo sé –le respondí–. Gracias por llamarme, después te cuento todo.

–Ok, sea lo que sea que estés haciendo, será mejor que te apures. Nos vemos, un abrazo. –Y cortó.

Recorrí con pasos pesados la habitación, pensando y pensando qué hacer. Este cuerpo estaba lleno de deudas y sabía que, si perdía ese trabajo, le iba a ir muy mal. Pero ¿por qué me estaba pasando esto? Si bien MÍ verdadera vida no era perfecta, en ella tenía un buen empleo y yo no estaba endeudado. ¿O solo había sido un sueño? ¡Maldición! ¡Era todo tan confuso! ¿Acaso YO era un sueño? Ya no sabía qué creer.

«Ya sé», me dije, «si todo comenzó con un sueño, es posible que durmiendo vuelva a soñar que soy YO en realidad, así todo sería como debe ser». Me metí en la cama tratando de dormir, pero fue inútil. MÍ mente estaba muy confundida y acelerada como para estar en paz y descansar. Sonó el teléfono nuevamente y, furioso, me levanté y lo azoté contra el suelo. Ya sabía lo que me iban a decir. Y YO solo debía dormirme para despertarme en mi vida otra vez.

No sabía cómo relajarme, así que pensé buscar el adormecimiento del alcohol. Fui al aparador y saqué una botella de whiskey que me habían regalado para un cumpleaños, es decir, para el cumpleaños de quien no era YO en realidad. Bebí con tragos largos hasta que sentí un ardor intenso en la garganta. Rugí por el trago y volví a beber. Esta vez, tosí. Puse la botella sobre la mesa. Me temblaban y sudaban las manos. Miré la botella y tenía más de la mitad todavía, así que volví a beber un trago más. Limpié mi boca con el dorso de la mano y me paré lo más erguido que pude.

Dirigí la vista hacia los rincones de la habitación tratando de relajarme y observé que, en un rincón, había una pequeña araña inmóvil en su tela. Estaba viva, solo esperaba pacientemente que algún insecto quedara atrapado en su manto para poder alimentarse. Bajé la mirada y resoplé con la nariz. Sabía que para dormir debía relajarme un poco o sería imposible hacerlo. Tomé la botella y volví a beber, a pesar de sentir el ardor del alcohol en mi garganta.

Fui a la habitación sin soltar la botella. Abrí el cajón de la mesita de luz y saqué una caja de tranquilizantes. YO sabía que estaban ahí porque a quien no era YO le agarraban ataques de ansiedad, a causa de su vida, no de la mía. Así que no me importó sacar un par y tomarlas con un trago de su whiskey.

Me reí nuevamente de lo que me estaba pasando y de lo irónico de todo. ¿Y si solo hubiese ido a trabajar como debió hacer quien no era YO?… Miré la tableta y todavía quedaban cinco pastillas y otra tableta sin abrir. Volví a tomar dos más con el whiskey, que ya no parecía tan fuerte, y me tiré en la cama sin soltar la botella. Ya estaba empezando a sentir los efectos del alcohol, los mareos y las náuseas. Traté en vano de dormir, sentía más desesperación con los ojos cerrados que con los ojos abiertos.

Tomé todas las pastillas juntas de la tableta abierta. Miré las que quedaban y me dije a MÍ mismo que con eso sería suficiente para dormirme y volver a ser yo otra vez. Me dio un retorcijón en el estómago y tuve ganas de ir de cuerpo. «Más tarde», pensé, «más tarde…». Pero el cuerpo no hizo caso y ensucié las sábanas. Reía y sentía la cabeza atolondrada. Daba brazadas al aire ante cada movimiento.

Fui hacia el baño apoyándome en la pared. Sin saber por qué, con la botella y la tableta nueva en la mano. Cuando pasé la puerta, me recosté contra el lavamanos. El peso fue mucho y se rompió. Caí al suelo sin soltar la botella. Sentado en el piso del baño, lloré amargamente con el rostro entre mis manos. Una mano estaba sucia. Maldije al cielo, a MÍ suerte y a MÍ dios.

Traté de levantarme apoyándome en el inodoro y resbalé nuevamente. Esta vez me golpeé la cabeza contra la pared. Busqué la botella y recogí las pastillas del suelo. Las tomé a todas juntas con lo que quedaba de whiskey. Sabía que eso podría dañar e incluso matar al cuerpo donde estaba viviendo. Pero a MÍ no me interesaban ni ese cuerpo ni esa vida. YO quería ser YO. No soportaría vivir como quien en realidad no era YO, sentí que el cuerpo convulsionó una, dos veces. Quizás fueron tres. Y no recuerdo más…

El profesional.


 

La oscuridad era absoluta, lo cubría todo, era densa… Un pequeño destello blanco que se agigantaba a lo lejos parecía querer vencerla. Esa luz se aproximaba a gran velocidad hacia MÍ, era inevitable nuestro encuentro. Su resplandor me enceguecía; traté de cubrirme los ojos, pero no poseía cuerpo. Solo era una conciencia viajando (o flotando), no lo entendía bien. Oí a lo lejos una melodía conocida, apenas era perceptible. Al agigantarse la luz, este sonido se hacía más potente. Conocía esas notas, conocía esa canción. ¿Pero de dónde?…

Abrí los ojos abruptamente y me senté de un solo movimiento en la cama. Miré alrededor de la habitación desconcertado, una lluvia de recuerdos se sucedieron en MÍ mente como un rayo. Esto me ocasionó una punzada muy fuerte en ambas sienes.

Continuaba la música, provenía de la mesita de luz, era el teléfono móvil. Lentamente, estiré la mano para cogerlo y la música se detuvo. Observé la pantalla y el número no estaba en la lista de contactos. Lo coloqué de nuevo sobre la mesita y me refregué los ojos, tratando de aclarar la situación.

Recordaba el alcohol y las pastillas. También recordaba MÍ vida. Y tenía la memoria del cuerpo en el que debía vivir ese día. Eran distintos tipos de recuerdos de cada vida. Pero no se mezclaban entre ellos, cada uno pertenecía a una vida específica. ¿Y ahora qué debía hacer? ¿Qué clase de vida podría vivir sin MÍ cuerpo?

Sonó otra vez la melodía y atendí presurosamente el móvil.

–Hola –dije con voz segura–. ¿Quién habla?

Y, del otro lado, habló una señorita de voz muy simpática, quien tras presentarse –María era su nombre–, me explicó sin pausas los beneficios de un plan de la compañía telefónica. Me sugirió varias ofertas y promociones que me ahorrarían dinero… Solo corté la llamada sin decirle nada. Dejé el móvil sobre la mesita y, lo más sereno posible, enfoqué mi atención en lo sucedido esta vez.

Era obvio que había despertado en otro cuerpo. Pero esta vez era distinto, porque ya había vivido esa experiencia. Pero seguía sin ser YO. Observé las manos de ese cuerpo, toqué su rostro, su pecho, su cuello. Definitivamente, otra vez no era YO, es decir, no era MÍ cuerpo.

Inspiré con profundidad en busca de paz, cerré los ojos, giré en círculos la cabeza lentamente. La incliné hacia adelante y hacia atrás. En ese momento, sonó ¡ding, dong! ¡ding, dong!… Era el timbre del portero eléctrico. «Debe ser Rosa, la señora de la limpieza», me dije. ¿Qué debía hacer? ¿Atender o simular no estar? Seguro se daría cuenta por el auto estacionado. ¿Qué hago? Insistió el timbre con otro ¡ding, dong! ¡ding, dong! Fui hasta el altavoz del portero eléctrico y pregunté, con el corazón acelerado:

–¿Quién es?

–Soy Rosa, señor.

–Espere un minuto, por favor –le dije. Me agazapé contra la pared y espié por las cortinas. Mis movimientos eran sigilosos y, si bien sabía que estaba solo, me movía como un ladrón en la noche… ¿Y si abro? No, eso no. Nadie debía verme así, primero debía saber qué era lo que verdaderamente me estaba sucediendo. Pulsé de nuevo el botón y agregué–: Disculpe, Rosa, le voy a pedir que venga por la tarde nomás, tómese la mañana libre, estoy con visitas inesperadas que vinieron anoche. –Fue lo primero que se me ocurrió.

–¿Seguro, señor?, ¿se encuentra bien? Se lo escucha agitado.

–Sí, seguro –respondí alzando la voz–, venga por la tarde nomás, igual le pagaré por todo el día, ahora estoy ocupado –le dije firmemente.

–Disculpe, señor, solo preguntaba. Si necesita algo, solo llámeme y vendré. Nos vemos por la tarde. No se olvide de tomar sus medicamentos…

–Que tenga un buen día –repliqué secamente.

–Usted también –me respondió.

Pobre Rosa, había sido una buena empleada por años y la trataba así, pero… ¿qué estaba diciendo? Rosa era la empleada del dueño de este cuerpo, no era MÍ empleada, YO no tenía empleada.

Fui hasta el amplio baño y me observé detenidamente en el lujoso espejo. Todo en MÍ era diferente: ese cuerpo tenía canas y la piel algo arrugada. La panza le colgaba por la falta de ejercicio y la edad, era velludo y medio calvo.

Abrí la ducha y me metí bajo el chorro de agua tibia, sin saber bien qué debía hacer. Recordaba el whiskey, las pastillas, la mano sucia. Recordaba todo de la vida anterior, del día anterior. Pero no sabía cómo había vuelto a despertarme en otro cuerpo, debía de estar loco o soñando, no había otra explicación, porque ese, definitivamente, no era YO…

¿Te gustó hasta ahora? entonces compra el libro para terminar tu lectura.

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uli_elnegro@hotmail.com

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